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ARTIGAS  EN  PARAGUAY



El Gran Cacique charrúa y Protector de los Pueblos Libres estaba derrotado, pero no abatido. Después de las batallas de Tacuarembó y Cambay, entre muertos, prisioneros, oficiales desertores con sus batallones, de sus 8.000 combatientes le quedaban solamente 200 lancer@s, en su mayoría libertos, algunos “indios” y algunos oficiales. Los caciques del Chaco se ofrecieron para seguir la lucha, pero Artigas estaba cercado por los ejércitos portugués y de Ramírez, y por los bañados de Iberá; la única salida era cruzar a Parauay pidiendo asilo a Gaspar Rodríguez de Francia, designado Dictador Supremo Perpetuo por un congreso en 1816., contra el cual Artigas había conspirado con Yegros y otros federalistas. Y no sabía que Yegros estaba preso e iba a ser fusilado.

 

Trabajo basado en:

 “Rasgos biográficos de Artigas en Paraguay”, por Da-niel Hammerly Dupuy, incluido en “Artigas”, ediciones de “El País” 1959, reuniendo artículos publicados en 1950;

“Historia de los Orientales”, de Carlos Machado, 1964;

“El último soldado artiguista” de Mario Petillo, 1936; 

“Uruguaypirí” de Danilo Antón

 y relatos de Gonzalo Abella.

CONSPIRACIÓN  CON  YEGROS

 CONTRA  FRANCIA

José Gaspar Rodríguez de Francia era hijo de portugue-ses y había castellanizado su apellido. En el congreso de 1816 fue elegido  Dictador Supremo Perpetuo. Cuando Belgrano y Acue-verría llegaron comisionados, les expresó su aislacionismo. El hombre que en caso de revolución federalista lo sustituiría era  Fulgencio Yegros, amigo de Artigas desde 1806, en la resisten-cia a las invasiones inglesas..

                En 1815 Artigas envió nota a Manuel Cavañas propo-niéndole que junto con Yegros encabezaran una insurrección con-tra Francia, que él apoyaría con una invasión. La conspiración fracasó y se mantuvo oculta muchos años.

Artigas viró el rumbo: por medio de Silva, gobernador de Corrientes, intentó una aproximación al ya entonces Dictador Supremo. La respuesta fue el silencio. Desairado, convencido de que la terquedad de Gaspar ponía en peligro la sagrada causa de los pueblos, ordenó a Andresito que ocupara la posición para-guaya de la Candelaria y puso trabas a la navegación del Paraná.

 

La furia de Francia se desbordó: “¡Brutos, malvados y ladrones, sin ley ni religión, que con su caudillo bandolero de profesión se han propuesto vivir engañando, alborotando y robando a todo el mundo!”.

Además de conspirar con Yegros contra Francia, Arti-gas había disputado con éste por la zona misionera de la Cande-laria, y en 1815 confiscó un cargamento de armas comprado por Paraguay a dos comerciantes ingleses.

La corriente federalista vio con desagrado que el Supre-mo abandonó la causa de la federación. Los paraguayos que habí-an conocido a Artigas transmitían su admiración en coplas que con arpas y guitarras recorrían los pueblos. Francia se enteró de que en Asunción se entonaba coplas artiguistas:

“¡Viva el general Artigas!

Su tropa bien arreglada...”

El Supremo hizo procesar a los cantores, músicos y sus acompañantes que las festejaban. Hubo manifestaciones a favor de Artigas, y el viernes santo de 1820, los federalistas  conspira-dores (Yegros,  Cavallero,  Cavañas, Montiel y otros) denuncia-dos en el confesionario,  fueron detenidos.

Después de la derrota de Tacuarembó, los caciques del Chaco se ofrecieron para seguir la lucha. Después de la derrota de Cambay, Artigas quedó rodeado: por un lado los portugueses, por otro Ramírez, y del lado restante los bañados de Iberá; la única salida era pasar a Paraguay.

De sus 8.000 soldados iniciales, entre muertos, prisio-neros y desertores, le quedaban 200 lanceros y lanceras, restos de su División de Pardos, que habían sido unos 500, algunos de los cuales habían sido esclavos acompañantes de sus amos en la Re-dota (éxodo de 1811), y se agregaron esclavos escapados de Bra-sil. Por otro lado llegaron a Paeaguay guaraníes orientales.

                El estado mayor negro (o pardo) de Artigas estaba in-tegrado por Joaquín Lenzina (“Ansina”, especie de “chamán” de la comunidad, y Manuel Antonio Ledesma, líder militar, que si-guió liderando a la comunidad negra y años después llegó a ser elegido alcalde en la población paraguaya de Guarambaré.

EL  PEDIDO  DE  ASILO

El 20 de agosto enfrentó Itpúa (actualmente Can-delaria). Envió los 4.000 patacones que le quedaban a los orientales prisioneros en Río de Janeiro, y escribió a Ro-dríguez de Francia pidiéndole asilo.

Francia relataba el 12 de mayo de 1821: “Redu-cido a la última fatalidad, vino como fugitivo al  paso de Itapúa, y me hizo decir que le permitiese pasar el resto de sus días en algún punto de la República, por verse per-seguido aun de los suyos, y que si no se le concedía ese refugio, iría a meterse en los bosques”. Y en 1833 recordaba: “...viniendo sin rubor después de tanto ruido, alboroto y fanfarronadas, ya que se vio arruinado y perseguido...”

Dos semanas esperó Artigas, y concedido el asilo por Francia (es posible que incidiera el prestigio de Artigas en el pueblo guaraní, y el saberlo derrotado), el 5 de septiembre de 1820 entró a Paraguay cruzando el Paraná por el paso, acompañado por los 200 mencionados lanceros y lanceras, (en su mayoría libertos, que se autodenomi-naron “Artigas Cue” (pueblo de Artigas) y algunos oficia-les. Relató Manuel Antonio Ledesma: “Cuando nos sepa-ramos Artigas y varios compañeros llorábamos”.

Artigas no podía saber la detención de Yegros, pe-ro su posible esperanza en conseguir apoyo para proseguir la lucha, se disipó ante la actitud de Francia.

“El Supremo” autorizó el ingreso de los refugia-dos, les concedió asilo, les recogió sus armas y los internó en un lugar cercano a Asunción llamado Loma Campa-mento. Artigas fue conducido con escolta, a la capital, fue recluido en el convento de La Merced, y sus acompañantes distribuidos en varios pueblos. Algunos quedaron en los yerbatales de la Candelaria, otros fueron llevados a Cam-bacuá (a dos leguas de Asunción).

Recordaba Francia: “he gastado liberalmente cen-tenares de pesos en socorrerlo, mantenerlo y vestirlo, habiendo venido desnudo, sin más vestuario ni equipaje que una chaqueta colorada y una alforja” y lo menciona “caporal de ladrones”.

Francia ordenó elegir “las mejores tierras de los alrededores de la capital y proceder a su aparcelamiento en lotes para destinarlos a los desterrados con Artigas”. Y se destinó para ellos un terreno llano muy apto para la agricultura.

Ramírez, gobernador de Santa Fe, pidió a Francia que le entregara a Artigas para condenarlo, pero Francia encerró al mensajero.

También llegaron a Paraguay guaraníes que habí-an acompañado a Artigas; quedaron en las “taperas” de San Ignacio Mini o San Inami Pintos, dirigidos por el ca-pitán y caudillo Nicolás Aripí; junto a San Ignacio y a una capillita llamada Concepción, constituyeron la “Provincia Hermana” y lo informaron a Francia; pero éste envió 600 soldados a expulsarlos del paraje en que se hallaban instalados, y perseguirlos. La comunidad guaraní artiguista fue derrotada; Aripí escapó cruzando el río Uruguay, y las mujeres y los niños fueron distribuidos en dos pueblos paraguayos.

El Dictador Supremo Perpetuo no recibía ni a los visitantes importantes, salvo rarísimas excepciones, y no respondió a la solicitud de Artigas de entrevistarse con él. Según contó Artigas en 1845 a su hijo José María, “todos los días mandaba Francia uno de sus empleados a saludar al general y preguntarle cómo iba”. También lo visitó Martínez, un secretario de Francia

 

EN  CURUGUATY

El 25 de diciembre, Francia ordenó que “habién-dose dispuesto que D. José Artigas pase a morar en la villa de San Isidro;” -en Curuguaty, a  85 leguas de Asunción-, “el Tesorero de Guerra lo proveerá competen-temente de los efectos que puedan ser útiles para su decente vestuario...” Hay una lista de numerosas piezas de ropa incluyendo 8 varas de casimir, 5 pantalones, 7 cha-lecos, 6 pares de medias,  2 pares de botas, 2 sombreros finos, 4 navajas, cubiertos,  4 frascos de vino, todo con un valor cercano a los 500 pesos. Se dispuso pagarle una pensión mensual de 32 pesos, el sueldo de un ministro, y se le envió cada mes una onza de oro sellado, durante diez años, hasta que él mismo se mantuvo con su trabajo de agricultura y ganadería en una chacra situada a diez cuadras de la villa; la región era un vasto emporio de yerbatales. Allí construyó Artigas una vivienda de ladrillo,  adobo y techo de tejas, de cuatro habitaciones, y rodeó el predio con un foso considerable para proteger a aves y  ga-nado contra los ataques de jaguares. Llegó a reunir casi un centenar de animales, hasta que una peste se los redujo a unos siete.

Inició así su etapa de satisfacción en la labor mis-ma y de ayuda a los menesterosos con dinero o con ropa; eso le ganó la estima de los vecinos, que lo llamaron “Pa-dre de los pobres”; era también amigo de los  “indios”. Y las remesas se fueron distanciando.

Curuguaty está cerca de la frontera, era “una de las puertas por donde pueden invadir los portugueses”, pues Brasil no había reconocido a Paraguay, y éste apos-taba allí 4.000 soldados.

Francia había sido elegido “Dictador Supremo Perpetuo” por un congresoen 1816; su régimen fue econó-micamente progresista y casi autárquico, y Roberto Ares Pons lo ha calificado de “socialismo primitivo”, pero en el regimen político era una dictadura personal despótica.

El 17 de julio de 1821 Francia hizo comenzar los fusila-mientos de los opositores; ese día fueron ejecutados Yegros  y  varios otros.

En esos tiempos en España y Brasil  se difundió que Artigas había muerto, pero en 1827 Julián Laguna informó a Rivera que Artigas estaba en Paraguay, y Lava-lleja fue informado que recibía un subsidio de Francia. Do-rrego sugirió una invasión militar a Paraguay, proponiendo a Rivera para jefe de tal campaña, pero éste prefirió la gestión diplomática.

Durante esos años estuvo internado en el sur de Paraguay el médico y naturalista francés Amado Bonpland, quien había sido capturado por estar en un campamento ar-tiguista. Autorizado a desplazarse por haber enviado medi-camentos al médico de Francia,  en febrero de 1831 visitó a Artigas.

En 1832  Rivera, presidente de Uruguay invitó a Arti-gas a regresar, pero éste rehusó, y en 1839, usurpando el gobierno, le envió  por el patrón de una goleta, una carta informándole de la muerte de su padre, hacía 15 años, con miras a una gestión posterior para ganar su apoyo contra Rosas y Oribe.

ENGRILLADO  Y  PRESO  ONCE  MESES

El 20 de septiembre de 1840 murió Francia, y la Junta Militar provisoria, constituida ese mismo día y presidida por Manuel Antonio Ortiz, por precaución, hizo encarcelar a Artigas: “poner la persona del bandido Artigas en seguras prisiones”. Francia había expresado: “Si quieren tener paz por algunos años, prendan a Artigas”. Lo apresaron y lo engrillaron ¡con 76 años!

Suponía Hammerly que en esos once meses de reclusión Artigas debe haber reflexionado que su actuación ya pertenecía a la historia, y se habría adaptado a su última fase psicológica, de renunciamiento y vida biológica y es-piritual.

               

EL  SEGUNDO  CONSULADO

El 27 de agosto de 1840 el segundo Consulado (Alonso y Carlos A. López) lo liberó. Lo esperaban Ansina, su caballo Moro y su perro Charrúa.

Francia ordenó: “Se dirá a Artigas que si quiere volver a su patria lo podrá verificar en los buques mer-cantes que vienen de Corrientes”. Y después contó que  “...él, muy distante de imaginar volver a su país nativo, suplica se sirva concederle la gracia  de que finalice en esta villa el resto de su vida...”

La cosecha de ese verano se estaba perdida, y desaparecido el ganado. El 10 de octubre el comandante local informó de esa situación al Consulado, y el 14 éste envió 25 pesos y un atado de ropa.


El 23 de octubre fueron liberados cientos prisio-neros de la cárcel de Asunción, entre ellos Florentino Ca-brera, capitán de Artigas (quien en 1846 acompañó a José María desde Montevideo).

En septiembre 1841 Rivera envió con dos emisa-rios una carta del ministro de Gobierno, invitándolo a re-gresar. Pero pocos días después López les informó que “D. José Artigas no ha dirigido contestación alguna”.

El 21 de mayo de 1845 fue designado “Instructor del Ejército de Paraguay”. Aceptó y fue a la capital; pero  informado que era para luchar contra Rosas, renunció.  “Declinó rotundamente al informársele que el ejército por él instruido iba a combatir contra Rosas, (o sea contra su supuesto “federalismo”): “no quería hacer soldados unita-rios”...

EN  IBIRAY

“El general Artigas no amaba las ciudades, y aún en su vejez quería la libertad de los campos, la expansión de los horizontes”, y en consecuencia... López lo alojó en una chacra suya, en Ibiray, a 7 km de Asunción, donde al efecto hizo construir una casa para Artigas y Ansina. Allí recibió varias visitas, entre ellas la del ingeniero Beaure-paire, el 12 de mayo de 1846, a quien Artigas le dijo: “Entonces ¿mi nombre suena todavía en su país? Es lo que me queda de tantos afanes. Hoy vivo de limosna”.

En la misma región vivía el general José María Paz, quien reprodujo en sus Memorias una afirmación de Artigas: “Yo no hice más que responder con la guerra a los manejos tenebrosos del Directorio y a la guerra que él me hacía por considerarme enemigo del centralismo. Tomando por modelo a los Estados Unidos, yo quería la autonomía de las Provincias, dándole a cada estado un gobierno propio, su Constitución, su bandera, y el derecho a elegir sus representantes, sus jueces y sus gober-nantes”... (Danilo Antón explica esa referencia como un recurso de Artigas para incidir en la sociedad urbana, pero que su referencia real eran las comunidades autónomas aborígenes, donde había cacique solamente en la guerra, y que se relacionaban entre sí horizontalmente). “Pero los pueyrredones y sus acólitos querían hacer  de Buenos Ai-res una Roma imperial, mandando sus precónsules a gobernarmilitarmente las provincias”...

Según el secretario de Rosas Antonio Reyes, “las visitas del general Paz a Artigas no eran de simple cortesía, sino que obedecían al plan de que acaudillara un movi-miento que se quería organizar en Corrientes contra Rosas. Y él respondió que “no quería abandonar Asunción, sino morir tranquilamente donde estaba, antes de plegarse a un movimiento que no fuese el que él mismo había inicia-do”...

En 1846 lo visitó Javier Bravo, que llegó a ser secretario de Rivera, y le pidió que posara para la posteridad, bajo una enramada; después “Bonpland le dio los últimos retoques”. Pero único el retrato conocido es atribuido a Demersay.

El médico francés Alfredo Demersay, además ese  retrato, dibujó un paisaje que en “Atlas”, París, 1860, pu-blicó con el título “Casa habitada por Artigas en Ibiray” (pero era la lindante, de López)

A veces Artigas iba en su Moro a visitar a la familia de López, cuyos hijos Francisco Solano, Venancio, Benigno, Inocencia y Rafaela, le eran siempre amigables, y él les daba consejos en forma de relatos. La familia López festejaba los cumpleaños de Artigas.

Retrato de Artigas, por Demersay
 

Éste sesteaba a la sombra de un tarumá o de un ibirapitá, y cuando iba a la orilla del Paraná se recostaba junto a un ibiray añoso.

En 1846 lo visitó su hijo José María. Llegó el 15 de enero en el “Fulton”, acompañado por Florencio Ca-brera, (el oficial de Artigas que había estado preso en Asunción); estuvo tres meses con su padre, y tras regresar a Montevideo publicó en “El Constitucional” un extenso artículo sobre la vida de su padre en Paraguay.

En mayo de 1850 lo visitó Rómulo José Yegros, hijo de Fulgencio; el 14 Artigas le obsequió un ejemplar de “La conversación consigo mismo” del marqués Caracciolo.

Ninguno de los testimonios escritos conocidos menciona a las compañeras sucesivas que (según la aso-ciación de sus descendientes en Paraguay) tuvo Artigas en el exilio: cuatro y con cuatro hijos. Se ha escrito sobre él que, pese a ser caudillo de masas, era un solitario (cuando era compañero de Isabel Sánchez (o Velázquez), en villa Soriano, vivía a la orilla del río).

 En 1999 visitó Uruguay una delegación de esa asociación, acompañada del Secretario de Patrimonio Histórico de Paraguay, el odontólogo Orlando Rojas, (quien estuvo varias décadas exiliado en Uruguay). Allí se reunieron con delegados de la Asociación de Descendientes de Artigas (y de Melchora Cuen-ca, “La Paraguaya”) en Uruguay.

 

23  SEPTIEMBRE  1850

La salud de Artigas, con excepción de sus dolores reumáticos, (producto tal vez de su frecuente vida a la intemperie) era admirable. Pero el domingo 22 de sep-tiembre no se sintió bien, y para su atención se lo trasladó a pocas cuadras a una casona de Carlos López. Exclamó: “¡Yo no debo morir en la cama, sino montado sobre mi caballo! ¡Traigan al Morito que voy a montarlo!”. Tuvo una mejoría, pero en las primeras horas del lunes 23  Ansina vio que expiraba en silencio; él le cerró los ojos

La noticia corrió entre los pocos vecinos. El cadáver fue transportado en una carreta tirada por bueyes hasta el cementerio de la Recoleta; en el cortejo iban entre otros: Benigno López, Ansina y Manuel Martínez.

Ansina era una mezcla de curandero, escudero y payador; entre otras letras había escrito el Himno de la Escuela de la Patria, en el Ayuí. Relata  Daniel Hammerly Dupuy que poco después Ansina (al que identifica como Joaquín Lenzina) se trasladó a la casa en Guarambaré del veterano oriental Manuel Antonio Ledesma (al que Mario Petillo identifica antojadizamente con Ansina).

 Quedaba también la difamación, con los califica-tivos más denigrantes, de los oligarcas porteños y de casi todos los dirigentes orientales, y que durante 50 años repi-tieron los textos escolares uruguayos.

 SUS  RESTOS  Y  SU  REVALORACIÓN

En Buenos Aires el cubano Valdez, director de dos pe-riódicos, divulgó sus escritos en 1816; también lo defendió Moreno. Alberdi refutó a Mitre, calificando a Artigas “caudillo de las masas, y por eso expresión verdadera de la democracia”.

Oribe en 1836 adjudicó tierras en Arerunguá a José Ma-nuel Artigas y en 1849 llamó “General Artigas” a la calle central de  la villa de la Restauración (hoy Unión).

A iniciativa del general Flores, el 20 de agosto de 1855 el agente confidencial de la R.O.U. procedió a la exhumación  de los restos de Artigas, que fueron transportados por vía fluvial a Montevideo, donde la urna fue desembarcada el 19 de septiembre 1855, y quedó abandonada en la Aduana, hasta que en 1856 Pereira ordenó su traslado “a un lugar preferente”; en 1866 fue trasladada al Cementerio Central, y en 1975 al mausoleo de la plaza Independencia.

En 1860 comenzó la revaloración, primeramente por De María; Máximo Santos promovió la revisión del juicio negativo, sustituyó los textos unitarios y dispuso levantarle un monumento. El Senado lo aprobó en 1883, y se lo erigió en 1923. Al fin del siglo XIX Eduardo Acevedo, con su contundente “Alegato” pul-verizó las tergiversaciones y las calumnias.

Real de Azúa ha dicho que la leyenda negra devino “celeste”: “se le dedicó el bronce pero borrando sus  afanes revo-lucionarios y lavando su programa”, y se lo califica de “fundador del Estado Uruguayo”.

¿JOAQUÍN  LENZINA  O

MANUEL  ANTONIO  LEDESMA?

 Concluye Hammerly: “Joaquín Lenzina, el auténtico Ansina, falleció a los cien años de edad en 1860. Dejó numerosas composiciones en verso, muchas de las cuales pueden ser clasifi-cadas como payadorescas”.

Paso a reseñar las afirmaciones de Mario Petillo (Ins-pector de Instrucción Primaria del Ejército) en “El último solda-do artiguista, Manuel Antonio Ledesma (Ansina)”, escrito en Montevideo en 1936 y cuya cuarta edición es de 1939.

Hammerly da a Joaquín Lenzina “Ansina” una edad 4 años mayor que Artigas, (nacido entonces en 1760); Artigas lo compró y liberó alrededor de 1800, en las Misiones Orientales, (entonces esclavizado de nuevo tras haberse escapado de un barco en la costa de Brasil). Petillo hace a Ansina más joven, como que Manuel Antonio Ledesma  murió en 1887 con unos 95 años de edad (nacido por lo tanto alrededor de 1792). Petillo pu-blica en su libro una fotografía de Ledesma, tomada por Máximo Fleurquin en 1884.

 No está en cuestión solamente el nombre: se trata de dos personas diferentes.

El libro de Petillo es totalmente convincente sobre la existencia de Manuel Antonio Ledesma: reproduce documentos oficiales, entre ellos una toma de declaración al propio Ledesma y a varios paraguayos, sobre su nombre, su fecha y lugar de in-greso a Paraguay, su actividad en Guarambaré, decisiones del gobierno uruguayo ordenando pago de pensiones atrasadas, a él  y después de su muerte a sus familiares. Hay algunos hechos destacables: se casó y después enviudó, tuvo cuatro hijas y dos hijos,  los  cuales murieron defendiendo a Paraguay contra la Tri-ple Alianza (imperio de Brasil,  Argentina de Mitre y Uruguay de Flores, promovida por el embajador inglés en Buenos Aires, Thornet); la repatriación de sus restos; una entrevista a una nieta de Ledesma (Gervasia Ledesma) y sus dos fotografías; Petillo publicó incluso una fotografía de Ledesma; pero... en ningún testimonio ni registro aparece que Ledesma fuera llamado “Ansi-na”.

Y además de la diferencia de edades, hay algunos datos contradictorios: Ledesma declaró que tras ingresar en Paraguay  fue ubicado en Guarambaré, mientras Artigas, tras seis meses de reclusión en el convento La Merced, fue ubicado en Curuguaty

Otro hecho que recuerda Petillo es que Ledesma adora-ba una bandera uruguaya, que envuelto en ella fue enterrado, y restos de la misma quedaban bajo sus restos al ser exhumados. Esa bandera no tenía relación con la causa de Artigas, que Petillo y los discursos oficiales que publica desconocen totalmente, co-mo que lo llaman “fundador de la nación uruguaya”.

 Según los testimonios que publicó Petillo, Ledesma nunca expresó sus recuerdos sobre su vida y la lucha de Artigas en la Provincia Oriental, disculpándose: “son temas muy profun-dos”.

Petillo escribió que Ledesma no quería regresar por el Paraná porque “la corriente en Martín García era muy brava” y de esa mención dedujo que Ledesma debe haber acompañado a Artigas hasta Buenos Aires, en 1810 (¡cuando tenía 15 años!). Y  es sabido que Ansina se había escapado de Montevideo alrededor de 1790 (¡dos años antes de nacer!).

Bueno: Petillo simplemente deduce que tal verídico personaje “tiene que haber sido Ansina”, “¿con qué intenciones se puede  ponerlo en duda?”

Sin embargo, los testimonios sobre Ledesma interesan porque fue un acompañante de Artigas, integrante de su último estado mayor, y porque tales testimonios narran hechos de Para-guay del siglo XIX; y en función de ese interés podemos reprodu-cir pasajes del libro de Petillo.  

LOS  “ARTIGAS  CUE”

Los Artigas Cue permanecieron en Loma Campamento practicando lechería y secundariamente agricultura. Tienen la piel más oscura que los guaraníes, y el pelo enrulado, y son conocidos como “los negros de Camba Cuá” (“el agujero de los negros”); Cambacuá es un suburbio de Asunción, separado por un alam-brado de los cultivos de la Facultad de Agronomía, de la Univer-sidad Nacional.

Ellos se siguen denominando “Artigas Cue” (el pueblo de Artigas). Su tradición oral recuerda que muchos de ellos parti-ciparon y murieron en la guerra defensiva contra la Triple Alianza (1865-69), que destruyó al próspero Paraguay de Fran-cisco Solano López.

Guardan recuerdos de su historia, transmitidos de ge-neración en generación, mantienen danzas tipo “candombe”, dedicadas a San Baltasar, y tocan el tambor.

 Describió Gonzalo Abella: “Si llegamos en un día de sol, el camino nos recibe: rojo, polvoriento y luminoso, entre la verde vegetación tropical y las casas campesinas; todo es apacible y amable. Los niños que salen a nuestro encuentro tienen el pelo enrulado y la piel un poquito más oscura. La capilla blanca guar-da un santito negro y tambores ‘lubolos’, y en la casa de Lázaro, además de tereré, hay una bandera de Artigas.”

El dictador Higinio Morínigo (1940-48) los expulsó violentamente de sus tierras; pero la comunidad sobrevivió, man-tuvo su capilla, sus danzas, creó un club de fútbol (“Seis de Ene-ro”) y su escuelita de tambor y danza, para los niños. Su ballet es la única expresión afro-paraguaya, y fue premiada en el Festival Folclórico de durazno “Uruguay canta en el Yi” 1992, donde  ganó el “charrúa de oro”.

Sus tierras originarias en Loma Campamento permane-cieron baldías, y recientemente los Camba Cua las ocuparon y sembraron mandioca; pero por decisión del gobierno de Was-mosy (postStroessner) fueron acusados de “terroristas”, apaleados y desalojados.

La información transmitida por radio decía que descen-dientes de los negros que acompañaron a Artigas en su exilio (actualmente unos 1.000) estaban siendo expulsados de sus tierras. Muchos uruguayos telefonearon a la embajada paraguaya en Montevideo, expresando su preocupación por la demora en de-volver sus tierras a los Camba Cua, y Mundo Afro organizó actividades de solidaridad.

(Síntesis de Luis Sanguinet Cabral, Alcalá de Henares agosto 2002). E-mail lurnalu2@terra.es  Tel. 91 8884213